Hay algo extraño en el retraso de GTA 6. No porque no lo esperásemos —todas las señales apuntaban a ello—, sino por lo que ha dejado tras de sí: un silencio sin histeria. No hay rabia viral. No hay memes de decepción en cadena. Apenas un suspiro largo, casi agradecido. Como si, en el fondo, todos necesitáramos exactamente esto: que alguien, por fin, dijera que no llega. Que no puede. Que no es el momento.

Y lo más inquietante es que lo aceptamos sin resistencia. No porque hayamos dejado de querer el juego, sino porque quizá hemos empezado a intuir que hay algo roto en la manera en que lo deseamos.

Rockstar no ha lanzado nada. No ha mostrado nada. No ha explicado nada más allá de una frase burocrática: "necesitamos más tiempo para ofrecer la calidad que esperáis". Y, sin embargo, la industria entera se ha movido como si hubiese ocurrido algo monumental. Como si un movimiento leve de su calendario fuese suficiente para redistribuir el oxígeno, para recolocar expectativas, para alterar la atmósfera del medio. No es un anuncio. Es una torsión invisible en la maquinaria global del videojuego.

Porque GTA 6 ha trascendido la categoría de producto. Es una promesa dilatada durante años, alimentada por el algoritmo, por los fans, por la mitología del estudio y por el hambre constante del mercado. Es el monolito que no necesita presencia para ejercer gravedad. Y ese retraso, más que un error o una estrategia, es el síntoma visible de una tensión soterrada: la de un sistema que lleva demasiado tiempo sosteniendo un deseo que no puede cumplir sin romper algo por dentro.

This post is for subscribers on the Espartano and Consejo Level Up! tiers only

Subscribe Subscribe

Already Have an Account? Log In