El otro día intenté entrar en mi cuenta bancaria y tardé varios intentos en recordar la contraseña. Era una combinación de números que durante años tecleé sin pensar, con la misma automaticidad con la que uno se ata los cordones o gira la llave de la puerta de casa. Pero había cambiado de banco hace unos meses y esa secuencia digital, que fue durante tanto tiempo una extensión de mi memoria muscular, se había desvanecido en algún pliegue olvidado del cerebro. No era solo que hubiera olvidado los números: había olvidado el gesto mismo, la cadencia específica con la que mis dedos solían danzar sobre el teclado. Era como si hubiera perdido un idioma que una vez hablé con fluidez.
Pensé en eso anoche mientras miraba el icono de Cyberpunk 2077 en mi biblioteca de PlayStation. Hacía más de un año que no lo tocaba. Año y medio, para ser exactos, desde aquellos días de febrero de 2024 cuando Night City ocupaba mis noches como una segunda residencia digital. Recordaba vagamente que V llevaba una chaqueta de cuero roja que me había costado encontrar, que tenía un apartamento que había decorado meticulosamente, que había desarrollado una extraña rutina de visitar al mismo vendedor de ramen cada vez que encendía la consola. Pero también recordaba que los últimos controles que había mapeado eran un laberinto de combinaciones que había tardado días en dominar, un ballet de botones que una vez me permitió deslizarme por Japantown como si fuera Keanu Reeves en Matrix.
La diferencia entre olvidar una contraseña y olvidar un videojuego es que la contraseña puedes resetearla. El videojuego te espera exactamente como lo dejaste, pero tú ya no eres quien eras cuando pulsaste guardar por última vez.
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